Comparte este artículo
Descubre cómo tus acciones como estudiante pueden convertirse en el inicio de un impacto transformador a través del emprendimiento.
¿Cuál imaginas que es tu participación en el mundo?
¿Cómo puedes generar un impacto?
Ambas preguntas pueden parecer complejas de responder desde tu rol actual como estudiante. Sin embargo, te invito a que hagas una pausa en tu dinámica y acelerada rutina diaria, y con la mente abierta, te plantees una nueva pregunta: ¿cómo llegaron a tu vida todas las cosas que te rodean? La respuesta, aunque parezca simple, es poderosa: todo lo que te rodea fue creado o desarrollado por alguien —una persona, una empresa, un equipo, una comunidad—. Y aunque a veces lo pasamos por alto, cada objeto, servicio o experiencia que usamos en nuestra vida cotidiana es resultado del esfuerzo emprendedor de alguien que decidió transformar una idea en realidad. Desde el edificio de tu escuela hasta la bicicleta que usas para hacer ejercicio; desde el teléfono móvil con el que te comunicas hasta los libros que consultas para ampliar tus conocimientos; todo, absolutamente todo, tiene una historia de creación. Y en esa historia, tú también puedes ser protagonista.
Ahora bien, vale la pena detenerse en los elementos que componen esa realidad que te rodea. Es decir, cuando hablamos de “todo lo que te rodea”, nos referimos a las herramientas que te permiten estudiar, transportarte, alimentarte, comunicarte, entretenerte y cuidar de tu salud. Y cada una de esas cosas responde a un conjunto de preguntas fundamentales: ¿cómo se hizo?, ¿para qué existe?, ¿por qué fue creada? y ¿quién la desarrolló? Las respuestas nos llevan a una misma conclusión: cada objeto o servicio fue diseñado para satisfacer una necesidad o deseo, como parte de un mercado que funciona en una lógica de oferta y demanda. Pero sobre todo, detrás de cada producto, existe una persona que tomó la decisión de imaginarlo, planearlo y ponerlo en marcha. Esa es la esencia del emprendimiento.
Entonces, te invito a reflexionar: ¿te gustaría formar parte de ese engranaje creativo y productivo que transforma ideas en realidades, y que hace que el mundo funcione y evolucione a través del emprendimiento? Quizá pienses: “¿Entonces debo volverme emprendedor para convertirme en empresario? Suena interesante, pero también me genera dudas”. Antes de responder esa inquietud, quiero proponerte un ejercicio más personal. Piensa por un momento en ti mismo, en tus hábitos, en tus ideas, en tus pequeñas decisiones cotidianas. Ahí, aunque no lo creas, ya existe una semilla de emprendimiento. Porque emprender no siempre significa abrir una empresa; muchas veces, significa atreverte a pensar diferente, a actuar con propósito, a transformar tu entorno, aunque sea de manera mínima.
Cuando escuchamos la palabra “emprender”, la mayoría de las veces pensamos en la creación de negocios: el típico relato del emprendedor que tuvo una gran idea, la transformó en un plan y construyó una empresa de éxito. Esta es una visión muy difundida y, en muchos casos, válida. Pero es importante ampliarla. ChatGPT 5, por ejemplo, define emprender como: “Iniciar un proyecto o acción, generalmente novedosa, que implica asumir riesgos, tomar decisiones y movilizar recursos con el fin de alcanzar un objetivo o generar un cambio. Aunque puede referirse a muchos ámbitos de la vida, comúnmente se asocia con la creación de negocios o empresas.” Esta definición nos da un matiz más amplio: emprender es actuar con propósito, movilizarte hacia algo nuevo, diferente, significativo. Es poner en marcha una iniciativa, sin importar si esta se traduce en una empresa formal o en una transformación personal.
Volvamos a lo básico: en tu día a día como estudiante, ya emprendes tareas. Cumples con tus deberes académicos, asistes a clases, participas en proyectos, colaboras en casa. Pero si ese conjunto de acciones las repites sin cuestionarlas, entonces simplemente cumples un ciclo. La diferencia está en la intención: ¿te atreves a hacer las cosas de una forma distinta? Aquí surgen dos preguntas clave, que pueden parecer simples pero son profundamente transformadoras:
- ¿Siempre debo hacer lo mismo?
- ¿Qué gano si lo hago diferente?
Reflexionar sobre estas preguntas es, en esencia, emprender. Porque estás observando de otra manera, reimaginando tu rutina, dándole un nuevo sentido a tu actuar. Y eso, aunque parezca un paso pequeño, tiene un potencial enorme. Emprender desde la universidad implica desarrollar una conciencia más aguda de ti mismo y de tu entorno. Se trata de identificar oportunidades de mejora —en ti, en tus procesos, en tus relaciones— y tomar acción. No necesitas grandes recursos ni estructuras; necesitas voluntad, curiosidad y un poco de valentía.
Quizá aún te surja la inquietud, muy válida por cierto: “Todo esto suena bien, pero soy solo un estudiante. ¿Cómo voy a emprender? Y más aún, ¿cómo voy a generar un impacto?” La respuesta está en tu capacidad de cuestionar y de transformar tu propia forma de pensar. Cada pequeño ajuste que hagas, cada idea que decidas poner en práctica, es una forma de emprendimiento con propósito. Al cambiar tú, cambias tu entorno inmediato, y eso genera una reacción en cadena que eventualmente alcanza a más personas.
No se trata de un pensamiento idealista o mágico. Se trata de realidad, de hechos. A través de cada decisión consciente que tomes —desde cómo estudias hasta cómo te relacionas con los demás, o cómo participas en tu comunidad— estás construyendo una narrativa de transformación. Un proverbio atribuido a Lao-Tsé lo resume de forma clara y poética: “Un viaje de mil millas comienza con un primer paso.” Hoy puedes dar ese primer paso, desde tu lugar como estudiante, con lo que ya tienes y con quien ya eres.
Escrito por: Guillermo Mora Hernández
Docente de la EBC