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“La enseñanza es más que impartir conocimiento, es inspirar el cambio. Aprender es más que absorber hechos, es adquirir entendimiento.”
William Arthur Ward
Cada 15 de mayo, las escuelas en México se llenan de palabras de agradecimiento y de flores que, aunque se marchiten pronto, simbolizan un gesto que perdura. Celebrar el Día del Maestro no es cumplir con un protocolo escolar; es detenernos para reconocer a quienes, con paciencia y convicción, dan forma al alma de una nación.
Celebrar a los maestros es también un ejercicio de memoria: mirarnos al espejo del tiempo y reconocer que gran parte de lo que somos fue moldeado por alguien que creyó en nosotros antes de que aprendiéramos a creer en nosotros mismos.
En México, esta fecha busca más que un reconocimiento simbólico. Busca recordar que en un país donde la educación es urgente y la esperanza indispensable, los maestros han sido el puente entre los sueños de origen y los destinos posibles de millones de jóvenes.
Gabriel García Márquez lo expresó con claridad:
“La educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo.”
Y en nuestra realidad, donde conviven contrastes sociales con anhelos persistentes, el maestro es ese agente silencioso que sostiene el futuro desde el aula.
Ser maestro en México no es solo un oficio: es una forma de estar en el mundo. Es despertar temprano para preparar la mente y el corazón. Es corregir trabajos en la noche y aún tener palabras de aliento para quien más lo necesita.
Recuerdo con gratitud el día que comencé mi camino como profesor en la EBC, hace seis años. No era un lugar desconocido: ahí cursé mi maestría. Volver como profesor fue regresar por una puerta distinta. No solo era enseñar, sino devolver lo aprendido; sembrar en la misma tierra donde alguna vez fui semilla.
Referencias fotográficas:
Carlos Molina (Tlalnepantla), Erick Carpizo (Toluca), Erick Ramos (Chiapas), Francisco Meneses (Cancún), Oliver Arrollo (San Luis Potosí), Rodrigo Andrade (Aguascalientes), Susana Armas (Guadalajara), Eduardo Jiménez (León), Emilio López (Ciudad de México), Laura Pérez (Ciudad de México Sur), Arlan Cruz (Pachuca), Ofelia Muñoz (Querétaro), Marcela de los Santos (Mérida).
La vocación compartida en la EBC
En la EBC, la docencia no es una labor solitaria: es una convicción compartida. Aquí, el profesor no se limita a transmitir contenido; es un líder académico, un formador ético. Cada clase forma parte de una visión más amplia: la de formar profesionistas íntegros, capaces de transformar el entorno empresarial con responsabilidad y humanidad.
El modelo educativo de la EBC exige preparación, sí, pero también pasión, compromiso y creatividad. Somos testigos, ciclo tras ciclo, del milagro silencioso de la transformación: jóvenes que llegan con sueños desordenados y que, poco a poco, descubren su voz y su propósito.
Rabindranath Tagore lo resumió así:
“La educación no es llenar un cántaro, sino encender un fuego.”
Y eso hacemos cada día: encender fuegos que no se apagan. No enseñamos solo contenidos técnicos; enseñamos a pensar, a decidir, a actuar con ética. Nuestro legado no está en los exámenes, sino en las decisiones que nuestros estudiantes tomarán, guiados por lo que vivieron en nuestras aulas.
Desafíos de un nuevo tiempo
La figura del profesor ha cambiado. Hoy, los estudiantes llegan armados con celulares, plataformas, inteligencia artificial y un acceso casi ilimitado a la información. Pero el conocimiento requiere guía, interpretación, pensamiento crítico. Ahí es donde el maestro sigue siendo insustituible en la formación de profesionistas.
La inteligencia artificial en la educación nos obliga a replantear:
¿Cómo enseñamos a pensar en un mundo donde las máquinas ya pueden redactar, programar y traducir?
¿Cómo cultivamos criterio, ética y humanidad en el uso de herramientas digitales?
Ser profesor hoy es más desafiante, pero también más fascinante. No educamos para el presente, sino para un futuro que aún no existe. Y eso nos exige seguir aprendiendo, evolucionando, creciendo junto con nuestros alumnos.
Los jóvenes que llegan hoy a la EBC ya no preguntan solo “qué” aprender, sino “para qué”. Son rápidos, tecnológicos, intuitivos… pero también necesitan estructura, profundidad, sentido. No buscan competir con la tecnología, sino encontrarle dirección. Y para eso estamos nosotros.
Humanidad como principio
Kazuo Ishiguro, Nobel de Literatura, lo advierte:
“Vivimos tiempos en los que necesitamos cultivar una nueva empatía para comprender lo que la tecnología no puede darnos.”
Ese es nuestro papel: rescatar lo humano, formar personas íntegras, capaces de mirar a los ojos, incluso en un mundo lleno de pantallas.
En la EBC sabemos que la enseñanza no termina en clase. A veces, basta una conversación para cambiar el rumbo de un estudiante. Otras veces, ese impacto lo descubrimos años después, cuando alguien nos escribe para agradecer una palabra, un gesto, una idea.
Octavio Paz lo dijo con verdad:
“La educación es la libertad posible.”
Y no hay libertad más profunda que la que nace del conocimiento propio, del juicio formado, de la ética elegida. Esa es nuestra misión: no solo enseñar herramientas, sino dar sentido a su uso.
Para quienes siembran sin esperar
Este artículo es una ofrenda para quienes siembran sin aplausos, para quienes enseñan desde la vocación más pura, sabiendo que su impacto va más allá del aula.
Que este Día del Maestro nos sirva para agradecer de verdad, para recordar que educar es despertar. Y que ese acto, profundamente humano, es también un camino hacia la eternidad.
Carlos Molina
Profesor distinguido 2025