Sin duda la nueva transformación organizacional se basa en la relación empresa-
colaborador como nunca se había visto. La transformación ha comenzado por un
cambio de concepto de recursos humanos a capital humano: conforme la
tecnología automatiza las oficinas, los procesos se estandarizan y las compañías
se parecen más entre sí. El verdadero potencial de crecimiento, diferenciación e
innovación está en las personas de todos los niveles y esto implica un cambio
cultural que incluye numerosos temas.
En las empresas maduras ya no son los directores los que logran los grandes
avances, sino los colaboradores, gracias a una gestión participativa que permite
que el talento en todos los niveles haga aportaciones individuales y colectivas para
la generación de nuevos productos o servicios, la integración a nuevos mercados
y la retención de clientes. Hoy el capital humano se está posicionando a la misma
altura que el capital financiero en la toma de decisiones corporativas para generar
la riqueza que la organización necesita.
Una de las tendencias más evidentes es la desaparición de la oficina corporativa
como la conocemos. Las nuevas generaciones no buscan un trabajo, sino una
forma de vida que sea compatible con sus valores y sus metas personales. Esto
ha llevado a las organizaciones a realizar varios cambios que flexibilizan el lugar
de trabajo, las prestaciones, los servicios al personal y afortunadamente existe
una creciente presión hacia la mejora de los sueldos.
Las oficinas de los directivos con puertas cerradas y alejadas de la operación
están en proceso de extinción. Hoy los directivos comparten escritorios con el
personal y tienen pequeñas salas de juntas para las reuniones privadas. Están
accesibles y su liderazgo e influencia se han transformado en actitud de servicio
para ayudar, guiar, enseñar y dar consejos al personal, con el fin de potenciar la
productividad y sobre todo el valor agregado que cada uno puede aportar.